El histórico triunfo de Bernardo Arévalo de este domingo 20 de agosto es, en realidad, el triunfo de la paciencia. Y quizá también el de la suerte o el de la mala siembra de sus adversarios. Tuvieron que pasar ocho largos años para que el clamor de una ciudadanía, harta y cansada de la impunidad del status quo, encontrara por fin un partido y un candidato “antisistema” — antisistema por promover la institucionalidad democrática— para lograr vencer en las urnas al llamado ‘pacto de corruptos’ guatemalteco.
A las 7:30 de la noche, apenas una hora y media después del cierre de las urnas, y con el 86 % de actas escrutadas y más de 800 mil votos de ventaja, la tendencia a favor del cambio ya era irreversible. Para las 11:12 de la noche, con el 100 % de las actas cerradas, Arévalo se convertía en el presidente electo, pese al silencio del Tribunal Supremo Electoral, con más de 2.4 millones de votos contra los 1.5 millones de su rival, Sandra Torres.
Desde el cierre de las urnas, a las seis de la tarde, los reportes desde Guatemala ya anunciaban lo que más tarde sería una fiesta: ¡Arévalo!, ¡Arévalo!; ¡Semilla!, ¡Semilla!, ¡Semilla!, gritaba la gente en las calles, luego de una segunda vuelta con solo el 45 % de participación y, sin duda, llena de dramatismos.
Por un lado, estuvo empañada por la persecución penal de unos fiscales corruptos contra el partido ganador, y por la amenaza de persecución contra su candidato. Por el otro, ahora la incertidumbre radica en si esa clase política que se queda huérfana de Ejecutivo dejará que Arévalo llegue a la toma de posesión. Como guiño o como tregua, a las 9:48 de la noche, el presidente saliente, Alejandro Giammattei, tuiteó que ya había felicitado a Arévalo y que le invitó a planear, juntos, la “transición más ordenada y completa que ha acontecido en el país”.
Una hora más tarde, en sus primeras palabras como presidente electo, Arévalo dio luces de cuál será una de sus principales luchas. Consultado por No Ficción sobre qué acciones tomará al llegar al poder contra el sistema de justicia cooptado que le persigue, respondió: “Somos un gobierno que nace de la lucha frontal contra la corrupción que ha cooptado esos espacios. Nuestra tarea será recuperarlos con los guatemaltecos que siguen en esos espacios y no son parte de la corrupción”.
Entre estos guatemaltecos habrá quienes se sumen a los dos millones y medio que, según Arévalo, por fin abrazan la “primavera”, en alusión a aquellas gestas cívicas que nacieron en 2015, cuando grupos de ciudadanos comenzaron a juntarse en la esquina de la Sexta Avenida y 5 calle de la capital, exigiendo cuentas y las cabezas del entonces presidente Otto Pérez Molina, y la vicepresidenta, Roxana Baldetti. Exigiendo, en el fondo, un cambio en las raíces de todo el sistema político guatemalteco. El reto para Árevalo, sin embargo, es tremendamente complicado. Hay un 37 % de electores que aún creen en el viejo sistema, y a quienes también representará el nuevo mandatario. Para entender la victoria de Arévalo y Semilla hay que ir más allá de la remembranza de aquella plaza que por ratos pareció entrar en callejones sin salidas.
La chispa, queda claro, nunca se extinguió después de 2015, pero la construcción de este triunfo no está hecha de capítulos lineales. Para empezar, que Guatemala encontrara el vehículo adecuado y el candidato idóneo costó, primero, la mala broma de un presidente comediante que terminó expulsando a la Comisión Internacional Contra la Impunidad (pieza clave para el surgir de la primavera chapina). Luego, en 2019, asistentes a una elección sin elección, el triunfo del actual presidente solo fue la reconfirmación del retorno de los malos al poder. Giammattei no solo intentó sepultar a la primavera, sino que pactó con esa clase política en la que surgieron Pérez Molina y Baldetti para perseguir, enjuiciar y hasta encarcelar a los fiscales, jueces, periodistas, defensores ambientales y de derechos humanos que les apuntaron con denuncias, pruebas y verdad. Mientras todo esto ocurría, las semillas de esa otra Guatemala que ahora celebra en las calles no encontraban terreno fértil donde florecer.
El escenario de este 20 de agosto pudo haber sido otro. Hasta mayo, una mayoría de guatemaltecos se decantaba a favor de Carlos Pineda, un político que hizo su campaña en redes sociales ofreciendo las fórmulas con las que Nayib Bukele consumó su propia gesta en El Salvador: populismo y promesas de mano dura. Dicho en otras palabras: hasta mayo eran más los que estaban dispuestos a un universo sin Semilla y preferían a un político que prometía futuros prósperos mientras hacía gracias en Tik Tok.
Que el resultado sea otro es también gracias a los tropiezos del sistema y al impacto negativo que generó la ofensiva descomunal contra más de mil candidatos a cargos de elección popular, apartados de la contienda a través del uso del sistema de justicia. Esa mala siembra del sistema provocó una revolución de votantes descontentos que se quedaron, de la noche a la mañana, sin opciones. El éxito de Arévalo y Semilla quizá se explique en que lograron capitalizar todo ese descontento en un camino que los llevó hacia el balotaje; y quizá también a la suma a su favor de dos tipos de votantes: los fieles a la plaza y los que despertaron al ver bloqueadas sus opciones.
En la primera vuelta del 25 de junio, Semilla se tomó el segundo lugar convencidos de que la cábala de su exjefe de campaña, fallecido en plena contienda electoral, se había cumplido. “No nos van a ver venir”, habría dicho Ronaldo Robles, según un reportaje de nuestros aliados No Ficción. Y fue cierto. La cosecha que esperaba el otro bando pintaba más para otros perfiles, entre ellos el de Zury Rios, la hija del dictador Efrían Rios Montt. Sandra Torres, candidata de la UNE, quizá nunca imaginó que iría contra un candidato que prometía el cambio que ella no podía ofrecer.
Cuando el sistema al que terminó representando no entendió que la fórmula de bloqueos ya le había sido contraproducente, al aplicarla de nuevo contra el sorpresivo hijo del primer presidente electo bajo un sistema democrático en Guatemala, en realidad lo que hizo fue catapultarlo hacia la presidencia.
Pero el triunfo no lo es todo y ahora Bernardo Arévalo y Semilla tienen que remar mucho y contracorriente. Así como está esta Centroamérica, sin máscaras, ahora mismo no hay garantías, pese a las palabras de Giammattei, para que el sistema cooptado intente impedir su mandato o dejarlo gobernar. Enfrente tendrá un Congreso dominado por aquellos a los que ha vencido en las urnas, por lo que su perfil como ‘hombre de consensos’ será puesto a prueba.
Por lo pronto, en Guatemala ahora se vive una fiesta democrática y en Centroamérica estas preguntas comienzan a necesitar respuestas: ¿si un partido como Semilla logra, contra todo pronóstico, vencer al sistema cooptado hay esperanzas en El Salvador, con las elecciones hechas a la medida de Bukele a la vuelta de la esquina? ¿O en Honduras, que irá a las urnas en 2025? ¿Es posible que la llama encendida en Guatemala se contagie en el resto de la región?
La coyuntura actual no da treguas: quizá haya que esperar algún tiempo. En El Salvador, la oposición está diezmada y dividida, y no hay ningún partido o figura que por lo pronto sean un catalizador del descontento ciudadano y, de hecho, a fuerza de millones en propaganda, y poco sentido crítico, una inmensa mayoría asegura vivir conforme bajo el régimen de Bukele y le importa poco – o desconocen- que su candidatura a la reelección es inconstitucional. En Honduras falta ver qué le depara al clan Zelaya en su avanzada por intentar controlar más poder. Una nueva prueba de fuego será la elección del fiscal general este septiembre, en un contexto en el que la oposición -en este caso, la misma de siempre- ya comienza a mostrar músculo en contra del gobierno de Xiomara Castro en las calles. En Nicaragua, mientras tanto, el régimen de Ortega sigue siendo cada vez más régimen y las opciones de cambio se tornan muy lejanas.
Estas batallas, dejan claro Semilla y los ciudadanos guatemaltecos, son de largo aliento y el proceso que ellos han atravesado debería convertirse en caso de estudio para la ‘oposición democrática’ centroamericana que intenta hacer frente al autoritarismo y a la impunidad. Los partidos y los líderes políticos que desde la noche del domingo comenzaron a corear que “si Guatemala venció…”, El Salvador, Honduras o Nicaragua vencerán, caerán en un craso error si primero no hacen la tarea. Y eso, a juzgar por lo ocurrido en Guatemala, pasa por ir a sembrar conciencia y ciudadanía crítica a las plazas. Desde cero y con una meta de maratonista. Pasa por renovarse o incluso quizá crear algo nuevo, diferente, revolucionario.
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Periodista de investigación, cronista y editor con 22 años de trayectoria. Es fundador y director de la Redacción Regional. Premio a la excelencia periodística con El Faro (Fundación Gabo, 2016); y con la RR (SIP, 2023).
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