Capítulo I: El negocio de los migrantes que no caminan
Migrantes en el parque central Miguel Hidalgo en la ciudad de Tapachula, México.. 25 de agosto, 2022. Foto: Fred Ramos
El teléfono de Paco ha sonado al menos seis veces en la última hora con esa insistencia que anuncia un asunto importante. Ahora sus insultos se elevan por encima del corrido que retumba desde una rocola a unos metros de nuestros oídos. Paco golpea con fuerza la mesa de madera y hace tambalear las seis botellas de cerveza Tecate que se ha bebido mientras hablamos. Su cara, llena de arrugas y granos, pasa de un blanco lechoso a un rojo enfurecido. No hay duda de que lo que escucha en el teléfono son malas noticias: uno de sus empleados engañó a nueve clientes y ahora le exigen que devuelva el dinero que pagaron por sus servicios. No es poco. Cada cliente pagó por adelantado 45,000 pesos —unos 2,400 dólares—.
Paco cuelga la llamada y pide a gritos que traigan una botella de tequila, que pongan otro corrido y que suban el volumen. Estamos en una diminuta y oscura cantina de paredes mugrientas, sillas de plástico y piso de cemento sin losa en el caluroso centro de Tapachula, en la frontera sur de México.
Esta cantina es de Paco, una de las cuatro que tiene en la ciudad junto con su mujer, Rosa. Los dos son migrantes, él nicaragüense y ella hondureña. Los dos se quedaron atrapados en esta tierra árida e inhóspita luego de fracasar varias veces en su intento de llegar a Estados Unidos. Hasta que un día sus caminos se cruzaron y descubrieron juntos una oportunidad para prosperar en la derrota. Un negocio que no son las cantinas. Estas son solo un fruto del verdadero negocio que ahora tiene tan molesto a Paco.
“Yo me dedico a robar”, dice, sin desviar la mirada, cuando le pregunto cuál es su trabajo. Luego matiza levemente: “Me dedico a estafar a los migrantes que llegan aquí”.
Cuando les pregunto si son coyotes, ambos se ofenden. Paco y Rosa saben bien qué es un coyote porque alguna vez pagaron por sus servicios. Como los coyotes, ellos también se dedican a traficar migrantes. Pero entre el oficio del coyotaje y el negocio de Paco y Rosa hay importantes diferencias. Los coyotes trasladan a los migrantes entre la clandestinidad y los peligros de México hasta la frontera con Estados Unidos. Su razón de ser es moverse. La de Paco y Rosa tiene que ver con que los migrantes permanezcan inmóviles.
Un grupo de migrantes que caminaban en los alrededores de la frontera entre México y Guatemala son detenidos por un miembro del ejercito mexicano en el estado de Chiapas, México. 26 de agosto del 2022. Foto: Fred Ramos
Las políticas migratorias creadas por Estados Unidos y ejecutadas por México han convertido desde 2019 a Tapachula en una ciudad-trampa. Oficialmente, “Quédate en México”, se plantea como una oportunidad para los migrantes de obtener un visado humanitario para transitar legalmente por el país en su camino hacia Estados Unidos. En la práctica, la frontera sur de Estados Unidos está ahora 3,500 kilómetros más al sur, donde los migrantes quedan meses atrapados esperando ese visado, viviendo en las calles, en parques, plazas y albergues hacinados, en condiciones inhumanas. Los coyotes siguen llevando a parte del mayor éxodo de la historia reciente de Latinoamérica hacia Estados Unidos. Paco y Rosa forman parte de una nueva mafia que no se entiende sin las promesas incumplidas y la corrupción de las autoridades. Su negocio es la espera y el colapso de la frontera. Ellos son “tramitadores”.
Capítulo II: Construyendo la trampa
Una migrante cubana, quien pidió mantenerse en el anonimato, trabaja por la noche en un cabaret en la ciudad de Tapachula, México para ahorrar dinero y continuar su camino hacía Estados Unidos. 24 de agosto, 2022. Foto: Fred Ramos.
Rosa se quedó en Tapachula en 2017. Se quedó aquí después de que el coyote al que le había pagado 9 mil dólares le ofreciera un tercer intento por cruzar a Estados Unidos. Ella contó los billetes que le quedaban encima después de fracasar dos veces y miró que apenas tenía 300 dólares. Prefirió no apostar más e invertir su dinero en una pequeña venta de alcohol que pronto se convirtió en la cantina donde estamos.
“Al borracho se le va la cuenta y no sabe si lleva doce o quince tragos”, dice Rosa, desvelando parte del éxito de su emprendimiento.
Para mostrar que no miente sobre su camino, Paco se levanta la camisa y me enseña las cicatrices en el abdomen y en el cuello. Su historia como migrante comenzó en 2002, cuando huyó de un pequeño pueblo en la costa pacífica de Nicaragua. Acababa de ser padre y el negocio familiar de la pesca no alcanzaba para las nuevas necesidades. Por eso emigró a El Salvador, donde tenía unos parientes que se dedicaban a vender ropa. Durante 15 años, Paco trabajó como vendedor informal en el mercado de San Miguel, la segunda ciudad más importante de El Salvador. Hasta 2017, cuando tuvo que huir.
“Los pandilleros de la MS13 me empezaron a pedir extorsión. Yo vendía pantalones. No ganaba mal, pero el negocio no era mío sino que de mi familia. Un diciembre llegaron los pandilleros y me pidieron 10,000 dólares. ¿Y yo de dónde iba a sacar?”, recuerda Paco. A falta de dinero, intentó negociar con la pandilla. Pero pocas veces la MS13 entiende de razones. “Acababa de despachar a un cliente cuando llegó un loco y sacó un cuchillo. Me dio ocho puñaladas”, dice. De ahí le vienen las cicatrices que me enseña.
Después de recuperarse de sus heridas en un hospital, Paco regresó a Nicaragua. Su mujer y su hijo se habían ido con otro hombre. Entonces convenció a un amigo de emigrar juntos hacia Estados Unidos. Le propuso llegar a México sin coyote y allá conseguir uno que los llevara hasta el Río Bravo. La primera vez, recuerda Paco con algo de nostalgia, alcanzó a ver edificios, símbolo de la prosperidad que él buscaba. Pero la policía de Migración estadounidense lo capturó y lo regresó a Nicaragua. Tres meses después volvió a intentarlo. Esa vez ni siquiera logró cruzar la frontera con Estados Unidos. Fue capturado en Arriaga, en el estado mexicano de Chiapas, y lo regresaron a Tapachula, a la estación Siglo XXI, donde a los pocos días fue liberado y abandonado en medio de la nada sin ningún conocido.
Paco empezó a buscar trabajo deambulando por las calles de Tapachula, hasta que un día dio con una cantina que necesitaba un empleado. “No solo encontré trabajo. Encontré más”, dice sonriente y mirando a su esposa y a su bebé de un año que acaban de llegar a la mesa.
Un migrante cubano trabaja para una empresa constructora para ahorrar dinero y poder continuar su camino hacía Estados Unidos en la ciudad de Tapachula, México. 24 de agosto, 2022. Foto: Fred Ramos
La primera vez que Paco conoció Tapachula fue a principios de 2018. Para entonces, no era lo que es ahora. “Aquí siempre ha habido migrantes, pero no tantos como ahora. Ahora ya no caben. Esto está que rebalsa”, dice Paco.
A Tapachula ya no solo llegan centroamericanos. Ahora este lugar es la meca de la migración para quienes quieren pedir refugio y llegar a Estados Unidos. Cada día llegan cientos de migrantes que huyen de Sudamérica, el Caribe, Asia y África para obtener un documento que los acredite a pasar por la vía legal hasta la frontera norte. Aunque el trámite para obtener el estatus de refugiado ante la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (COMAR) o una visa humanitaria ante el Instituto Nacional de Migración (INM) debe tardar un máximo de 45 días, puede demorar meses. Una espera que puede terminar en que les den el tan esperado documento. O no. En 2022, cerca de 40,000 migrantes de al menos una veintena de países se habían han quedado atorados en este lugar. Un lugar que el ingenio popular ha rebautizado como “Trampachula”.
En esta trampa-ciudad, la acumulación de migrantes ha permitido el desarrollo de pequeñas y grandes mafias en las que se mezclan coyotes, negociantes y hasta agentes del Estado. Andrés Ramírez, coordinador nacional de la COMAR, acepta que la corrupción ha permeado su institución y sabe de los abogados usan sus influencias para obtener los documentos de forma exprés a cambio de dinero, sobornando a agentes de la COMAR. “La acumulación de migrantes en Tapachula permite el surgimiento de criminales. Entre más migrantes llegan, los periodos (de solicitud ante la COMAR) se aletargan y entre más se aletargan, estos vividores se aprovechan.”, dijo consultado por teléfono el 17 de marzo de 2023. En 2022, añadió Ramírez, la COMAR destituyó a 13 personas por “corrupción”. “Logramos sacar a algunos de ahí, pero es una madeja que no es fácil de combatir”.
Paco y Rosa se dieron cuenta de que la frontera donde quedaron atrapados ofrecía más calamidad que antes. Pero también oportunidades. Así se unieron a una mafia cada vez más creciente en Tapachula y encontraron en ella un negocio. Desde entonces, dicen ellos mismos, han tramitado documentos para al menos doscientos de migrantes, sobre todo cubanos, que suelen llevar más dinero que los venezolanos, los haitianos o los centroamericanos.
Sentados en su cantina con la música de la rocola a todo volumen, Paco y Rosa cuentan que los clientes que les reclaman la devolución del dinero son nueve cubanos a quienes uno de sus empleados, un salvadoreño, les quedó mal: prometió hospedaje, alimentación y los papeles para que pudieran atravesar México sin problemas legales, pero su contacto en la COMAR dejó de contestarle. Y él, a su vez, dejó de contestarle a los clientes. No sin antes haber cobrado el dinero.
Los llamados “tramitadores” son redes de abogados que se alían con locales, coyotes y agentes de la COMAR o el Instituto Nacional de Migración (INM) para conseguir estatus de refugiados y visas humanitarias a sus clientes en un tiempo mucho menor a los tres, seis o hasta diez meses que puede tardar el proceso burocrático normal. En el proceso también engañan a los migrantes para venderle las citas y cualquier documento gratuito. El tiempo de espera de los migrantes en Tapachula es oro para gente como Paco y Rosa.
Capítulo III: Atrapados en Tapachula
Migrantes hacen fila para sus tramites migrantorios en COMAR ( Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados) en la ciudad de Tapachula, México. 24 de agosto, 2022. Foto: Fred Ramos.
Tapachula es un lugar donde ningún migrante quiere estar, pero no caben más. Es una trampa para gente como Héctor, un hondureño que huyó después de que las pandillas le mataran a su hermano. O como Alexander, un joven salvadoreño estudiante de medicina que huyó de que la Policía lo capturara. Como Marlén, una hondureña garífuna que dejó todo para huir de los hombres que querían violar y matar a su hija. Como Carmen, una nicaragüense que huyó del régimen de Daniel Ortega porque los policías la acosaban y amenazaban fuera de su casa. O como José Montero, un venezolano que huyó del hambre y la pobreza que sufre su país. O como Marcell, un haitiano que huyó de su país porque cada noche tenía que huir al monte porque en su casa, en Puerto Príncipe, los pandilleros lo podían matar, o violar a su mujer y a sus hijas. O como Nicolle, una mujer trans hondureña que huyó porque intentaron matarla ya no recuerda cuántas veces por su identidad de género y ahora tiene que prostituirse a cambio de 100 pesos (unos cinco dólares) en las calles de Tapachula. “A veces no me pagan, solo me violan”, dice ella.
En Tapachula el negocio alrededor de la migración puede verse en todas partes. En los restaurantes y negocios locales donde los migrantes se ven obligados a trabajar por salarios de hambre de 100 pesos al día (menos de USD$5); en las calles y plazas llenas de haitianos que cargan carretas con agua y bebidas enlatadas que venden a otros migrantes. Rentar una habitación en un lugar donde nadie quiere estar, es casi imposible y prohibitivo. Un departamento pequeño con cama y baño rondan los $300 dólares. En una casa con tres habitaciones viven a veces de seis a diez migrantes y cada uno paga un aproximado de $200 dólares.
Para entender mejor el tamaño de esta trampa, según datos de la COMAR, en 2017 México recibió 14,617 solicitudes de asilo. Para 2022 la cifra se disparó a 118,756, ocho veces más. La delegación de Tapachula recibió el 64.2% de ellas. Un informe de Human Right Watch publicado en 2022 señala esta política de “abusiva” y dice que sirve “para impedir que los migrantes lleguen a la frontera (con Estados Unidos)”.
Una caravana migrante avanza frente a un grupo de agentes de la Guardia Nacional en el estado de Chiapas, México. 24 de agosto del 2022. Foto: Fred Ramos.
“Con la llegada del presidente Andrés Manuel López Obrador, el gobierno invitó a los migrantes a venir, pero solo para tenerlos retenidos en la frontera y esto ha generado una verdadera crisis”, dice Karen Martínez, coordinadora de la oficina del Servicio Jesuita para Refugiados. “Si la frontera sur fuera un hospital, Tapachula sería la sala de crisis”, añade.
Alejandro, un cubano de 34 años, migró de Isla de la Juventud, en Cuba. Antes de huir de su país, trabajaba 20 días seguidos en un hotel propiedad del Estado y ganaba el equivalente a $22 dólares al mes. Su trabajo era cambiar divisas. Aunque para poder vivir, tenía que hacer algo más. “Yo robaba, hermano. Cuando llegaban los turistas yo les cambiaba con dinero del que allá se le llama del mercado negro y de eso me quedaba un porcentaje. Lo digo con pena pero tienes que entender que en Cuba no hay otra forma de sobrevivir”, dice.
Para financiar su viaje, Alejandro vendió todo lo que había logrado durante toda su vida. Su casa, herencia de sus padres, una refrigeradora y alguna ropa y zapatos que sus parientes le habían mandado de Miami. “El migrante cubano es visto como una mercancía, hermano. Todos nos quieren robar porque piensan que traemos plata. Todos nos quieren robar”, añade. Aunque no quiere estar en Tapachula, Alejandro prefiere estar aquí que regresar a su país. “Si yo vuelvo a Cuba… dejaría de ser persona. Prefiero mil veces quedarme en México, Guatemala o Nicaragua. Lo que sea menos volver a Cuba”, dice, mientras resopla y mira a los lados.
Ante la desesperación por la burocracia en los trámites migratorios y la falta de dinero para contratar a un coyote, muchos migrantes optan por continuar su camino en caravanas . 26 de agosto del 2022. Foto: Fred Ramos
A finales del año pasado, Alejandro y un grupo de cinco cubanos más, entre los que se encuentra su esposa, lograron alquilar un cuarto al equivalente a $500 dólares estadounidenses. Ahí viven los seis mientras esperan a que su trámite avance. Ellos no pudieron pagar los servicios de un tramitador. La plata, dicen, no les alcanzó. Tendrán que esperar.
Sentada frente a la mesa de su cantina, mientras abanica a su bebé intentando espantarle un poco el aplastante calor, Rosa me explica que la migración que se concentra en Tapachula es muy variada, no solo por el origen de los migrantes sino por las realidades que cada uno arrastra consigo. Y dentro de esa variedad, ante los ojos de las mafias, ante los ojos de Paco y Rosa, también hay categorías. “El centroamericano siempre viene pobre, pero el más pobre es el venezolano. Ese sí es verdad que no trae nada”, dice Rosa, la esposa de Paco, sentada mientras sopla con un cartón a su bebé que duerme en un coche:“El que es buen cliente es el cubano. Ese trae plata porque a ellos les mandan dólares de Miami para que puedan viajar”.
Capítulo IV – Los nuevos coyotes
Paco y Rosa tienen ahora un negocio con ocho personas trabajando para ellos. “La corrupción aquí está en todas partes. De lo que me pagan, le dejo la mitad al agente de la COMAR y otra parte a la gente que me colabora”, dice Paco. Su teléfono suena de nuevo, insistente. Quien le llama es el empleado que engañó a los cientes que ahora reclaman por su dinero. Rosa toma el teléfono y le grita. Lo insulta. Le llama pendejo. Harta de la conversación, le cuelga. “Tenemos a 12 cubanos todavía en la casa. En nuestra casa, hospedados. Ellos están esperando sus papeles y ese es dinero que no podemos perder”, dice Rosa y vuelve a llevarse la cerveza a la boca.
“Aquí no pagas por el documento, pagas por tiempo. Por $45 mil pesos yo te consigo el refugio en menos de una semana. ¿Cuánto tiempo quieres pasar atrapado en Tapachula?”, dice Paco. Él y su esposa son la cabeza de esta célula de tramitadores y tienen a su servicio abogados y una red de “buscadores”: migrantes que se apostan en parques, plazas o frente a las oficinas de Comar o Migración, donde quiera que haya migrantes apiñados y los convencen de comprar sus servicios. “Incluso en este negocio hay que tener honor. A mí no me gusta quitarle el dinero a la gente por nada. Les ofrezco un servicio y se los doy”, dice Paco, indignado.
Los tramitadores no son la única mafia que crece silenciosa alrededor de la migración en Tapachula. Cuatro líderes locales que trabajan con migrantes coinciden en señalar que una extensa red de usureros se ha instalado desde hace varios años y que el narcotráfico y las pandillas MS-13 y Barrio 18 también están involucradas en redes de tráfico y trata de personas. Las nuevas mafias, además, coexisten con las viejas. Un viaje con coyote desde Tecún Umán, el lado guatemalteco de esta frontera, hasta Estados Unidos tiene un costo que ronda entre los $9 y los 12 mil dólares. Más de la mitad se queda en la ruta, repartido entre policías, bandas, pandillas y células del narco que controlan los pasos, según me dijeron tres coyotes que trabajan en la zona. Desde el coyotaje, pasando por el alquiler de habitaciones para migrantes, el comercio informal, y hasta policías que cobran una “mordida”, este lugar es un paraíso para los negocios como el de Paco y su mujer.
Migrantes toman café temprano por la mañana afuera del albergue Jesús el Buen pastor en la ciudad de Tapachula, México. 24 de agosto del 2022. Foto: Fred Ramos
Sentado en su cantina junto a su mujer, Paco reflexiona sobre lo difícil que es para todos llegar hasta aquí, él también vive en Tapachula porque se quedó atrapado. Cuando le pregunto qué siente al ser un migrante que saca negocio de la desesperación de otros migrantes, dice que comprende a los cubanos que le reclaman su dinero. Lo que no dice es si se los va a regresar. “Nada me costaría solo mandarlos a la mierda”. La sensación que me queda después de estar horas sentado en la mesa, es que Paco, al igual que Tapachula, ha cambiado con los años. Ahora lo define el negocio de la migración más que su pasado como migrante que buscaba llegar a Estados Unidos. “Hay que decir la verdad, nos dedicamos a estafar a los migrantes y este trabajo paga bien”.
*Los nombres de los personajes principales, Paco y Rosa, no son los verdaderos nombres de las personas entrevistadas. Estos nombres fueron usados para proteger la identidad real de las personas por su seguridad y por la seguridad del reportero que escribió este texto.
Autor
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Periodista salvadoreño. Cubre violencias, migración y crimen organizado en México y Centroamérica. Ha publicado en The New York Times, The Guardian, El País, entre otros. Premio Ortega y Gasset 2024 y Premio a la excelencia de la SIP en 2019 y 2023.
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