La discusión sube de tono: los rostros del entonces asesor presidencial Marvin Ponce y del dirigente del Partido Libre, Nelson Ávila, se enrojecen en pleno foro televisivo. El moderador no lo anticipa, pero el debate termina en un estallido cuando Ponce, después de ser llamado «mercenario», lanza un vaso de vidrio con agua directo al pecho de Ávila. El vaso se quiebra, el programa pasa a cortes comerciales y la escena queda congelada en la memoria colectiva gracias a internet. Aquel episodio de 2016 retrata, con crudeza, el nivel del debate político en Honduras e hizo viral a Nelson Ávila quien ahora compite por la presidencia de Honduras.
Esa escena sigue siendo icónica; la proyecto en mi mente mientras la comento con el fotógrafo Fernando Destephen en el café Vie de France, en Tegucigalpa, mientras esperamos a Nelson Ávila. Es julio de 2025 y vamos a entrevistarlo porque es candidato presidencial y considero que no puedo dar por hecho que no será capaz de dar la sorpresa en Honduras, así como Bernardo Arévalo la dio en Guatemala cuando nadie creía que llegaría a la presidencia. Recuerdo que entrevisté al presidente Arévalo antes de su triunfo y hablamos de su visión de la democracia: fue la primera vez que me sentí en una conversación genuina con un político del norte de Centroamérica. Por eso pensé que con Nelson Ávila podría pasar algo parecido, una charla interesante sobre democracia, aunque éste no tenga, por ahora, posibilidades reales de ganar la contienda.

Mientras hablábamos de «la escena del vaso» —como se le conoce en Honduras— notamos que Marvin Ponce estaba sentado a un par de mesas de distancia, uno de esos encuentros que son comunes en Tegucigalpa, en donde la clase política parece gustar del mismo café. Poco después llegó Nelson Ávila y, al entrar, se encontró con él, se abrazaron y conversaron unos minutos. Yo había intentado entrevistar a Marvin para hablar sobre Nelson, pero se había negado; más tarde, Ávila me diría que ya habían limado asperezas y que valdría la pena volver a intentar esa entrevista.
Tras recordar el episodio que lo hizo famoso, entramos en materia y le lancé la primera pregunta: ¿se considera usted un candidato democrático?
—Sí, sin duda. Aunque la democracia es una ilusión, ¿no es cierto? El concepto de democracia del pueblo sigue siendo una quimera en muchos países, porque siempre funciona como una especie de plutocracia que decide; no solo en los gobiernos, también en los movimientos y partidos políticos. En ese sentido, creo ser una persona que se fundamenta en los principios de la libertad, la justicia y la ética—respondió—. El doctor habla de no fundamentarse en una democracia como la conocemos, que no necesariamente funciona para el bien común, pero sí en principios menos abstractos. Pero bueno, quizá no hay nada más ambiguo que la política.
Nelson Ávila ha sido descrito en los medios como «el candidato más intelectual» o «el candidato con ocho títulos». Es economista y contador público, con maestrías, doctorados y posdoctorados; trabajó en organismos internacionales como la ONU, BID y BCIE y aunque es originario de Tegucigalpa, vivió en Francia y varios países de América Latina y África. Ahora asegura que vive de sus negocios, de inversiones que hizo en algún momento que le dieron buenos frutos para vivir cómodamente.
Uno de esos negocios fue Beneleso Turismo, S.A. de C.F., constituida en 1996 junto a Belén María Castellanos Safont-Tria, José Francisco Castellanos Safont-Tria, Laura Amparo Garay y Conrado Ernesto Fuentes, con fines turísticos, bajo la escritura del notario Milton Jiménez Puerto. En 1997, con la aprobación del notario Enrique Flores Lanza, transformaron la sociedad en capital variable. Puerto y Lanza son conocidos funcionarios del actual gobierno y beneficiados por el poder que ha adquirido el Partido Libre; en 2009 fueron colegas funcionarios de alto nivel en el gobierno de Manuel Zelaya.
Hay quienes ven a Nelson Ávila como demasiado académico para la política hondureña. Con 73 años, acumula más estudios que cualquiera de sus rivales, sin embargo, arrastra un problema: cuando decidió entrar de lleno en la política partidaria, no bajó un par de gradas para encontrarse con la realidad hondureña.
Nelson Ávila no es nuevo en la política, y Doris Gutiérrez, actual designada presidencial, ex diputada, ex regidora e histórica dirigente del Pinu-SD, lo cuenta. Recuerda que Ávila militó en su partido en los años ochenta, mucho antes de que el Partido Libre existiera. «Él ha sido un hombre progresista, nunca estuvo ni en el Partido Liberal ni en el Nacional. Después estuvo en Libre y tenía un movimiento que se llamaba 5 de Julio», relata. Según ella, en Cortés, donde Ávila logró una votación importante en los últimos comicios, parece ser que le hicieron fraude. Sí, «fraude en su mismo partido», porque según asegura esta antigua política hondureña, los fraudes no solamente se hacen desde el Consejo Nacional Electoral (CNE), el problema, el tumor, está también y sobre todo, dentro de los partidos políticos.

Gutiérrez pone de ejemplo las elecciones primarias recientes de Libre en las que abundaron las irregularidades: «llenaron urnas, multiplicaron movimientos que en realidad no existían y al final solventaron un solo movimiento. Eso es fraude. ¿Para qué pusieron ese montón de movimientos?», dice, en referencia al M28 que arrasó en las internas, en parte gracias al voto en plancha y a una puesta en escena que daba la imagen de consenso democrático, colocando a la misma candidata varias veces en la papeleta. Para Gutiérrez, el problema no es exclusivo: «los tres partidos, incluyendo Liberal y Nacional, hicieron lo mismo; los otros movimientos eran de papel, fantasmas que no existían».
Doris, más aterrizada en la cancha política hondureña que Nelson, habla con más crudeza de las trampas del tripartidismo hondureño, aunque es fácil deducir cuál es el tumor en su propio partido: el transfuguismo, pues el Pinu-SD ha sido usado antes como trampolín para negociar sobre todo en el Congreso Nacional.
Ahora, con Nelson Ávila como candidato presidencial, asegura que el Pinu-SD lleva una agenda anticorrupción. «Ese es el primer problema que tenemos que combatir, porque hoy nos está golpeando de manera dramática. ¿Cómo se combate? Con transparencia». Para ella, la institucionalidad actual está cooptada y carece de ética: «Si alguien declara una casa al inicio del año y al final tiene tres, es obvio que no fue con su salario. Pero no hay voluntad de poner personas con la ética necesaria en esos cargos», dice pesimista.
En el café en donde los políticos más viejos suelen citar a los periodistas en Tegucigalpa, Nelson me habla de democracia y de la república y de algo preocupante: no tiene equipo para gobernar, pero tampoco tiene un partido sólido.
«¿Puede existir una democracia en una no República? La respuesta es no, no puede existir en una monarquía, no puede existir en una dictadura, no puede existir al mismo tiempo en una autocracia. Aunque algunas autocracias o algunas dictaduras se basan en la existencia de una República lesionando la esencia de la República, que es el ciudadano» analiza, mientras hablamos de la deriva autoritaria de Centroamérica que ha tomado mayor impulso sobre todo por la crisis de los partidos políticos tradicionales y los nuevos populismos que además vaciaron de contenido lo que es un partido.
«Los partidos políticos dividen a la sociedad. Y más que los partidos, quienes controlan a esos partidos políticos. Y eso sí es una desviación de la República, porque la República está integrada por ciudadanos, no por partidos. Porque llega el momento en donde los partidos pasan a ser más bien instrumentos de división de la República y de la ciudadanía» remata.
Nelson Avila está golpeado por los partidos políticos, golpeado en su ego de líder social y político, y en su ilusión de llegar al poder para generar cambios a través de un partido que se supuso nuevo, el Partido Libre, pero que terminó siendo parte de un tripartidismo tradicional en Honduras. A pesar de esto, continúa teniendo una identidad de Libre y eso es algo problemático.
La actual diputada Ligia Ramos, quien llegó al Congreso con el Partido Salvador de Honduras y ahora pertenece al Pinu-SD se refiere a esto desde otro lugar, claramente un lugar complejo porque ha sido parte del transfuguismo entre los partidos pequeños que en este año desaparecieron y se ha aferrado a un partido pequeño pero tradicional que lleva a un candidato que alguna vez fue cercano a quienes ahora dominan el Gobierno. El panorama para noviembre no es alentador así como la cuenta Ramos «personajes o líderes políticos que han sido del Partido Nacional, como el de la Democracia Cristiana (Chano Rivera); y por otro lado, tenemos la participación política del candidato presidencial Nelson Ávila, que quiérase o no es también un líder de uno de estos partidos tradicionales o con prácticas tradicionales como es es la del Partido Libre».
Ramos dice que «no duda» en que Ávila tenga una oferta auténtica, pero que él no ha renunciado al Partido Libre porque tiene apoyo de cierto sector de ese partido, «él decidió venir y hacer esa alianza con el Pinu para participar», dijo y agregó que al menos entre los dos candidatos de partidos pequeños: Nelson por el Pinu-SD y Chano Rivera por la DC, el último es el más nocivo con propuestas «descabelladas» como la de anexar a Honduras como estado libre asociado a los Estados Unidos, algo que violenta la soberanía nacional.
«Me parece más como una parodia de un sector del Partido Nacional», expresó indignada, particularmente porque el Partido Salvador de Honduras del cual ella viene, prácticamente ha desaparecido junto con cinco partidos más que no cumplieron los requisitos para continuar participando en elecciones según el CNE.
«Le dan participación política a ese candidato pero le niegan participación política a los partidos emergentes, como el Partido Salvador de Honduras que solo tenemos 4 años de existir y que en ese tiempo llegamos a ser una cuarta fuerza política con una oposición constructiva y con una independencia en cuanto a criterios y a posicionamientos, donde realmente sí se puede ver una oferta electoral real diferente a la de los partidos tradicionales y los que tienen conductas tradicionales que son estos tres partidos. Sí se percibe un hartazgo de la ciudadanía en cuanto a apoyar a los mismos políticos», agregó.
En 2025 el CNE resolvió negar la participación en elecciones a seis partidos políticos de Honduras, con lo cual desaparecen: Todos Somos Honduras, Salvador de Honduras, Alianza Patriótica, Orden, Partido Anticorrupción y el Partido Naranja. Por eso la contienda de este año tiene la particularidad de tener tres candidatos presidenciales —Chano con la DC, Ávila con el Pinu-SD, y Nasralla con el PL— participando con partidos a los que nunca antes pertenecieron, partidos antiguos que sirvieron de tabla de salvación ante la concentración del tripartidismo que domina el órgano electoral.
Cuando Ligia Ramos me dio esta entrevista tenía la esperanza de que su partido original no sería desbaratado y que su candidato, Anibal Cálix, sí tendría la oportunidad de competir, por eso me dijo que sobre Nelson Avila no podía hablar mucho aunque «sí hemos visto una trayectoria de lucha social del señor y aparentemente es una persona que tiene también buena actitud, que no es tan confrontativa, que supuestamente muestra que tiene ciertas propuestas, que es un economista y que pueda puede darle un giro al país. El problema de él es que está ligado a uno de los partidos tradicionales, así como el candidato de la DC también. Y creo yo que la gente ya está harta de esos nexos que tienen los políticos con los partidos tradicionales», dijo.
Durante más de un siglo, Honduras se caracterizó por un férreo bipartidismo con el Partido Liberal y el Partido Nacional. Ambos se repartieron el poder político y económico, turnándose en el gobierno y alimentando redes de clientelismo, corrupción y lealtades familiares que se convirtieron en la base del sistema político de Honduras; eso es lo que en este país la gente conoce por democracia.
Aunque al inicio hubo conflictos entre estos dos partidos que llevaron incluso a masacres, como la de 1944 perpetrada por la dictadura del general Tiburcio Carías Andino en San Pedro Sula y otras más como la de San Juan, Tela, durante esa misma dictadura que duró 16 años, en la práctica siempre han compartido un mismo modelo: mantener el control del Estado para beneficiar a élites políticas y empresariales. La ciudadanía, atrapada en esa dinámica, pocas veces encontró una alternativa real de cambio y votó cada cuatro años ejerciendo así su única ilusión de participación en la democracia.
La irrupción del Partido Libertad y Refundación (Libre), fundado tras el golpe de Estado de 2009, prometió romper con esa tradición. Sin embargo, lejos de desmantelar el bipartidismo, ahora forma parte de un tripartidismo en el que también abundan las viejas prácticas: fraudes internos, voto en plancha, redes de clientelismo, redes de corrupción, nepotismo y uso de los recursos públicos para las campañas. Hoy, el panorama hondureño se sostiene sobre esta lógica de tres fuerzas dominantes —Liberal, Nacional y Libre— que simulan competencia democrática, pero en realidad reproducen los mismos mecanismos de concentración del poder que han debilitado a las instituciones del país. Por esto, Ligia Ramos no muestra entusiasmo hacia el candidato del partido que le dio refugio, debido a su historia con Libre.
La conversación con Nelson Ávila continuó cuando le pregunté si los partidos políticos, pese a su retórica ideológica, estaban vacíos de contenido en estos tiempos de crisis democrática. «Hay una crisis de la política, pero también de la teoría política y de la fundamentación ideológica», respondió. Para Ávila, lo que antes era claro —ser socialdemócrata, demócrata cristiano, socialista, liberal o conservador— hoy se ha desdibujado. «Nos hemos olvidado que la política es ciencia, que se basa en la ética y en la justicia, y que su objetivo es el bien común. Lo hemos sustituido por el bien individual o el de unos cuantos. Eso es antipolítica, la antítesis de la ética», explicó.
Nelson Ávila, quien de carne propia puede hablar sobre la incapacidad de los hondureños de sostener un diálogo sin gritos, insultos y violencia, asegura que los partidos han reducido la política a enfrentamientos vacíos y clientelares. «Pregúntele a un liberal qué significa ser liberal y le garantizo que no podrá dar cinco características fundamentales; lo mismo pasa con quienes se llaman socialistas».
Su experiencia personal con los partidos políticos confirma que sus planteamientos son incómodos en estas estructuras. Contó que entró tarde a la política partidaria —casi a los 50 años— y que lo hizo primero en el Partido Liberal con la idea de transformarlo, «a riesgo de fracasar». Luego ayudó a fundar el Partido Libre, pero asegura que la cúpula terminó traicionando la voluntad popular: «Nosotros [su movimiento, el 5 de Julio] fuimos la segunda fuerza en Libre, el pueblo votó para que condujéramos, pero al llegar al poder nos excluyeron completamente. Eso no es democracia, es violentar la voluntad popular».
De ahí que reivindique la coherencia de su propio movimiento, el 5 de Julio, que nació del día de la movilización masiva contra el golpe de Estado de 2009, cuando asesinaron al joven Isis Obed Murillo quien se oponía al golpe de Estado. Ávila insiste en que ese momento marcó su compromiso: «Yo era el único ministro que estuvo frente a las tanquetas el 5 de julio. Los demás se escondieron. Nosotros siempre dijimos: un golpe nunca más. Porque un golpe es un atraso civilizatorio». A Nelson se le quiebra la voz y se le llenan los ojos de lágrimas cuando recuerda su pasado de dirigente estudiantil cuando en las dictaduras militares desaparecieron amigos suyos, y cuando en 2009 le tocó ver la represión de un golpe de Estado de nuevo.
Hablar del golpe de Estado en Honduras en estos momentos es algo que puede generar animadversión contra Ávila, porque el país está igual de polarizado que en 2009. La retórica de la victimización y cómo ésta buscó justificar un nuevo orden de corrupción e impunidad encabezado por el Partido Libre, en especial por quienes fueron defenestrados en el golpe de 2009, ha hecho que mucha gente en Honduras vuelva a pensar que el golpe fue un mal necesario, y hay quienes ahora idolatran al general militar que sacó a Mel Zelaya en pijamas del país, porque por su retórica de izquierda, Libre se ha ganado el odio popular, incluso más por eso que por sus prácticas corruptas y antidemocráticas.
Para Ávila, la conclusión es clara: «El Partido Liberal, el Partido Nacional y el Partido Libre han sido destruidos por sus cúpulas. Los tres se han deteriorado desde el poder», muchos dirán que esto lo dice un izquierdista más.
Pero más allá de sus nociones sobre la democracia, la crisis de partidos, de su «capacidad intelectual», su relación conflictiva con el Partido Libre ¿qué más puede ofrecer Nelson Avila?

En redes sociales, la figura de Nelson Ávila se mueve con un alcance orgánico. No paga pauta, lo cual lo pone en evidente desventaja frente a la narrativa oficialista y los partidos tradicionales que invierten grandes sumas en publicidad para dominar el algoritmo. Aun así, en TikTok su nombre aparece con frecuencia en debates y videos virales. Uno de los influencers políticos más seguidos del país, con más de 160 mil seguidores en la cuenta Primero Honduras Media, ha dedicado varios contenidos a explicar por qué cree que Ávila es una opción distinta.
«Es sencillo: su hoja de vida, su preparación académica y sus antecedentes laborales. Mientras a los otros cuatro candidatos se les cuestiona por doquier, al doctor no se le conoce un solo acto doloso en su trayectoria», me dijo Allan, el creador detrás de esa cuenta. Con realismo, agregó: «Yo estoy claro que Nelson no va a ser presidente, sería bastante inocente pensarlo. Pero prefiero votar por él, aunque no gane, a votar por otros de los que después me voy a arrepentir. Me muero con las botas puestas».
Le pedí a Allan que, a pesar de ese pesimismo, se imaginara que Nelson Avila gana pero con una gran desventaja de no contar con partido ni equipo en el Ejecutivo y me dijo que «sin el Congreso sería una tarea titánica, pero hay cosas que se pueden hacer desde el Ejecutivo: mejorar los servicios del Estado, agilizar procesos para abrir una empresa, pedir un pasaporte, inscribir una propiedad. También se pueden priorizar presupuestos en temas necesarios, abordar la seguridad y empujar reformas penales contra la corrupción y la criminalidad. Si un gobierno empieza mostrando resultados, el pueblo puede presionar al Congreso para transformaciones más grandes» reflexiona.
Y aunque Nelson Ávila, el candidato por el que va a votar, se dice democrático, Allan me pone el ejemplo más antidemocrático de la región para decirme que Nelson Ávila podría gobernar así. «Que los diputados se elijan un año después que el presidente, como pasó en El Salvador. Primero el pueblo ve si el Gobierno cumple, y luego decide si le da o no el Congreso» y agregó que gracias a esto, Bukele tiene el control del Congreso y ha resuelto los problemas de su país.
Con Nelson intenté hablar de la deriva autoritaria en Centroamérica, de la dictadura eficiente de Bukele, del clan familiar de Ortega y su país cerrado, de las narrativas populistas adoptadas por Chávez en Costa Rica, pero Nelson no fue tan contundente sobre esto y aseguró que en Centroamérica «algunos entienden la política como algo contrario a la constitución» pero que invitará a todos a cumplir el sueño morazanista de la unión centroamericana.
«Si el poder reside en el pueblo, el poder es colectivo, pero el problema que tenemos en la región es que hay algunos que quieren ser dictadores perpetuos, modifican las constituciones. Centroamérica no escapa de esa visión autoritaria de la política, la antítesis de la política» dijo.
Allan por su parte, reconoce que el apoyo real a Nelson es limitado, «pensábamos sacar unos 200 mil votos, pero siendo honesto creo que serán 50 mil» agrega, y su postura refleja una narrativa también extendida en redes: aunque Ávila no gane, representa un voto de coherencia en medio del desgaste del tripartidismo. Y Ávila lo asume «yo creo que haré todo mi esfuerzo para que las esperanzas continúen siempre», me dijo cuando le pregunté si podría ser una esperanza democrática en la región.
Cuando la charla se fue acercando al terreno de lo probable —a la pregunta inevitable de si él mismo cree que realmente puede ganar las elecciones y cómo sería su gobierno— su tono se volvió más pragmático. «Voy a disminuir las fragilidades y potenciar las fortalezas. Yo le puedo decir que estoy navegando de lo posible a lo probable», dijo, convencido de que el tripartidismo hondureño ya demostró sus límites. Recordó que el Partido Nacional gobernó catorce años «sumiendo al país en un atraso permanente», que el Liberal «validó el golpe de Estado en vez de transformarse», y que Libre, en sus primeros cuatro años, «no hizo lo elemental para empezar a desarrollar una nación».
Ávila rechaza el discurso de «la refundación» que Libre ha implantado y lo reemplaza con una idea distinta: la necesidad de fundar por primera vez un verdadero proyecto nacional. «Refundación implica aceptar que alguna vez fuimos fundados, y Honduras nunca lo fue en sentido estricto. Morazán quiso fundar una República centroamericanista y no lo dejaron. Lo que necesitamos hoy es desarrollar una nación». En su visión, esa tarea comienza por transformar el sistema educativo y luego invertir en cultura, arte y deportes, en lugar de mantener un modelo basado en corrupción y clientelismo. ¿Cómo lo hará sin partido, sin equipo, sin campaña, sin fondos? no es algo que respondió con tanto pragmatismo.
«Voy a tener en contra al Congreso, al Poder Judicial y al fiscal», dice y agrega que su apuesta será «unirse al pueblo», generar propuestas que la ciudadanía pueda observar y reconocer como propias, y pedir que voten las nuevas generaciones por nuevas opciones. «Ahí está la clave —asegura—: romper con la forma tradicional de pensar en Honduras». Consciente de que no cuenta con estructuras poderosas detrás, reconoce que «hay muy pocos kamikazes como yo» dispuestos a arriesgar contratos y privilegios para acompañarlo en el terreno político, por lo tanto a estas alturas él no cuenta con un equipo con el que, por ejemplo, pueda contar en el Poder Ejecutivo para echar a andar los proyectos que tiene en su cabeza.
Sobre relaciones internacionales, como la continuación de las relaciones con China Continental, con Estados Unidos en esta nueva etapa del autoritarismo de Donald Trump o con otros países como Rusia, Nelson Ávila fue todavía menos pragmático, dijo que hay que tener relaciones con todos pero que en el caso de crear un tratado de libre comercio nuevo se puede consultar al pueblo a través de un plebiscito si, por ejemplo, se quiere continuar con la relación con China Continental. «Si todos nos respetamos, adelante, porque políticamente tal vez no podemos tener relaciones ahora con Taiwán pero quizá sí económicamente», dijo.
Sobre otro tema polarizante, como lo es la continuidad de las Zede, Ávila recordó que el Congreso tiene amarrado este proyecto que él condena y ha condenado siempre. Además asegura que el Gobierno de Libre dejó este problema sin resolución y que él resolvería esto de esta manera: «yo lo que les ofrezco, desde ya y como candidato, me voy a dirigir a ellos para ofrecerles que entremos a negociar una especie de zona de libre comercio» dijo e hizo énfasis que lo haría respetando la soberanía ya que está de por medio una demanda millonaria que el Estado de Honduras no pueda pagar.
Ávila también ha lanzado propuestas controversiales. En la etapa temprana de su campaña política, en enero de 2024, cuando aún se presentaba como candidato del Partido Migrante Hondureño, publicó en redes sociales una serie de videos en los que, usando lentes oscuros, anunció su propuesta de «políticas macroeconómicas fundamentales», entre ellas la implementación de una Ley Bitcoin. En esos mensajes comparó su iniciativa con el avance de «políticas disruptivas» impulsadas por Donald Trump y por Nayib Bukele, quien intentó sin éxito establecer el bitcoin como moneda de curso legal en El Salvador.
Pero, la idea de Ávila de apoyarse directamente en «el pueblo» para gobernar es quizá explicada con mayor claridad por Doris Gutiérrez, su aliada en el Pinu-SD. «Por lo menos nosotros como Pinu queremos ensayar la ciudadanización de las mesas», dice, un experimento para las elecciones, para comenzar. Asegura que rompiendo con toda la tradición partidaria del uso de credenciales en mesas para control del conteo de votos, el Pinu apuesta por que quienes defiendan el voto no sean necesariamente militantes del partido, sino jóvenes universitarios, dirigentes de sociedad civil, movimientos de mujeres o patronatos. «En Guatemala ya es así: las mesas no las representan partidos, sino ciudadanos escogidos por sorteo. Eso garantiza más independencia», explica.
Ese ensayo, asegura Gutiérrez, lo harán desde el Pinu en alianza con distintos sectores, apelando a un voluntariado amplio que demuestre que los cambios son posibles si hay voluntad política. Para ella, esta propuesta es también un paso hacia lo que Honduras necesita con urgencia: educación ciudadana. «Los políticos hemos tenido la culpa: hemos convertido la política en mercadeo, en comprar conciencias, en ofrecer proyectos que no nos corresponden. Por eso la gente está decepcionada y casi un 70% no quiere ir a votar», agregó.
«Antes decían: vamos a votar por el menos peor de los tres. Ahora la gente expresa: ahora sí tenemos candidato». Esa ruptura con el cinismo del voto resignado, sostiene Ávila, sería su mayor triunfo incluso antes de llegar al poder si es que en noviembre será posible disputar ese poder en unas elecciones libres.

Cuando entrevisté a Nelson Ávila en julio, tenía unos escenarios no muy alentadores para las elecciones de noviembre tras la crisis y la falta de consenso en el CNE y los retrasos en el cronograma electoral, pero sobre todo, con la narrativa que impulsa la desconfianza en el proceso. «O constituyente o autogolpe, o puede haber elecciones con cambios de candidaturas del tripartidismo», decía y a pesar de esos escenarios en los que no habría un proceso electoral adecuado, él dice que con el voto independiente podría ganar.
Nelson Ávila carga con las contradicciones de su historia: intelectual en un país donde el debate político se resuelve a gritos y vasos rotos; fundador de un movimiento que fue la segunda fuerza en Libre, pero excluido por su propia cúpula; candidato que no tiene partido sólido ni equipo, pero que insiste en hablar de ética, justicia y bien común. Entre la fe en que «el poder reside en el pueblo» y la cruda realidad de un tripartidismo blindado por el dinero y la desconfianza, su campaña parece moverse entre lo posible y lo milagroso.
«La verdad es que debe suceder un milagro para romper ese tripartidismo», dice Allan con desilusión. Mientras tanto, Nelson Avila me pide que lo busque de nuevo en octubre, que para ese mes, un mes antes de las elecciones, sí podrá presentarme al equipo con el que va a gobernar la Honduras post-esperanza.
Con reportes de Abigail Gonzales
La versión original de este perfil fue publicada por Contracorriente en septiembre de 2025.


